Crítica Landed

“Landed” Coreografía de Juan Carlo Castillo Bailan: Raquel Salamanca Santaella y Juan Carlo Castillo Esta coreografía ha sido hasta el momento la más redonda del Festival, si hubiera que poner un paradigma de perfección y arduo trabajo me quedaría con ella a pesar de que tenía baches que habremos de señalar en nuestra crónica. El comienzo con un círculo tenue de luz al centro del escenario y movimientos sutiles y en crescendo con Castillo en él y fuera a la derecha espectador una presencia en la oscuridad que seguía suavemente el aumento del movimiento hasta el clímax de los saltos para tomar el cielo, fueron los que nos introducían en ese espacio mágico del ritual: alcanzar lo lejano, lo imposible, lo inalcanzable. A partir de la entrada de los textos por parte de Salamanca que tomando el espacio y con voz clara y diáfana nos transportaba a la aeronave que nos lleva a tierras lejanas para ver cosas nuevas, pero que para llegar y pasar se debe cumplir con ciertos requisitos y dejar acceder a extraños por singulares digresiones a datos fundamentales que replantean y/o refuerzan constantemente al que cambia de país. El hecho de la posesión de una identidad; ‘quién eres’, ‘qué haces’ y el ‘por qué estás ahí” son sutilezas que te hacen sentir minúsculo e inimportante, planteando de manera interesante ese paralelo de la vida en que tomamos las riendas de nuestro destino en apariencia, pero que en resumen participamos en un viaje al que se nos ha arrojado sin pedirnos cabalmente nuestro consentimiento. Empujados por nuestro destino y sumergidos en el trajinar de la vida, la coreografía nos lleva por delicados momentos de armonía y perturbadores espacios de vacío que los ejecutantes de la danza encaminan con singular maestría y limpieza. Los paralelos luego se rompen en dos caminos que se hacen diferentes cuándo Salamanca llevada por un túnel etéreo transita lenta por la línea del fondo ajena a todo lo que le sucede al compañero de andares. E igualmente cuando juntos de nuevo arañan la realidad puestos boca abajo fuera del círculo y ayudados por un micrófono que nos inunda con sus sonidos de desesperación de desentrañar algún misterio que haya quedado oculto para ellos bajo tierra. Aquí de nuevo la digresión se lleva a cabo cuándo la bailarina aparece clásica, y listos para verla en ese mundo flotando sobre las puntas de sus zapatillas de ballet, nos muestra a una que cojea y ‘terrenal’ se apoya a veces sobre sus aciertos y otras sobre sus talones, regalándonos imágenes llenas de tragedia y de comedia y permitiéndonos apreciarla en el virtuoso andar del que flota y del que cae y se levanta. La aparición forzada, a mi manera de entender, de las líneas que emulan la pista de aterrizaje hicieron que la coreografía perdiera fuerza y distrajeron a los bailarines de su verdadero objetivo. Tal vez usar maquinistas o asistentes para este fin hubiera resuelto más adecuadamente la atmósfera, o con un apagón y prendiendo todas las luces de golpe al final y llenando ese vacío con las frases de los hombres de aduana que emuló apropiadamente Castillo. El vestuario en colores tierra me pareció acertado y en general el trabajo fino y luminosamente apropiado. Hacia el final, es siempre un delicado problema ‘cómo terminar’ y en este caso, como en todas las coreografías, se debe afinar ese cisma para alcanzarlo con toda la fuerza que se estima, y terminar de manera que esa sensación de indefensa fragilidad mostrada sea más clara y contundente dejándole al público la certeza de que el espectáculo ha terminado y es el momento de aplaudir. Jordy Valderrama

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